Algunos apuntes para el análisis del movimiento y entender sistemas complejos

 

“Un ensayo es una meditación impulsiva, no un informe científico”.

“Gracias a la antitensegridad, en gran medida somos mejores actuando que pensando”.

 

Nuestros conocimientos sobre el movimiento nos llevan a comprender que un movimiento siempre es pasado, y que, además, es imposible de repetir de manera exacta. Muchos movimientos son impredecibles, aunque tengan un engrama motor de base, es así que lo asombroso, como lo que lesiona tiene que ver lo impredecible de cada gesto, con el impacto de lo altamente improbable.

Saber que no todos los movimientos son iguales, ilustra una grave limitación de nuestro aprendizaje a partir de la observación o la experiencia, y la integridad de nuestro conocimiento. Las rarezas producen impactos tremendos y somos capaces de inventar mil explicaciones sobre las rarezas. Pero de alguna manera, somos ciegos ante lo aleatorio. Nos da más seguridad y tranquilidad describir lo que se llama “normal”.

Entonces es cuando deviene la llamada lógica del cisne negro, que hace que lo que NO sabemos, sea más importante que lo que sabemos. Es la base de la curiosidad y de la investigación. Es cuando observamos un movimiento y nos preguntamos ¿qué está pasando? ¿dónde está descripto? Hay que investigar. Investigamos para encontrar parámetros de normalidad, protocolos de observación y terapia, aunque sabemos que sólo conseguiremos alguna aproximación.

La incapacidad de predecir las rarezas implica la incapacidad de predecir, por ejemplo, el curso de la historia, dada la incidencia de estos sucesos en la dinámica de los acontecimientos. Por lo tanto podemos preparar a la persona para moverse de manera óptima, que en realidad sería preparar su sistema de movimientos para reaccionar y superar las adversidades y poder llevar a cabo todo tipo de movimiento relacionado con sus gestos motores previstos, y correcciones a situaciones imprevistas.

El problema radica en la estructura de nuestra mente: no aprendemos reglas sino hechos, y sólo hechos. Podemos recordar reglas siempre y cuando las podamos relacionar a hechos. Desdeñamos lo abstracto; lo despreciamos, por lo tanto, no nos podemos mover desde la teoría, repitiendo modelos, sino que debemos adaptar el movimiento a lo que somos y podemos.

La brecha entre lo que sabemos y lo que pensamos que sabemos se ensancha en forma peligrosa. Hay que seguir indagando, descubriendo y practicando. Inevitablemente. Y no nos podemos quedar con los viejos conceptos. Las leyes de Newton no dejaron de serlo, pero ya tenemos mejores y nuevas formas de redactarlas y explicarlas.

 

La mente humana padece tres trastornos cuando entra en contacto con la historia, lo que llaman el terceto de la opacidad:

la ilusión de comprender, sin darnos cuenta que una rareza, un pequeño cambio, hace que el conocimiento comprendido quede como antiguo o perimido;

la distorsión de la evaluación retrospectiva, ya que la neurología ha demostrado que los recuerdos siempre están viciados y nunca recordamos nada exactamente como fue

y la valoración exagerada de la información, que luego con el tiempo pasa a ser natural, incluso antigua, atemporal.

Y así se hace difícil entender, planificar y prever el futuro. Una de las causas por las que queremos entender el movimiento es para trabajar en prevención. Pero ese maldito terceto, todo queda un poco librado a una buena planificación y al azar. Pensamos que el movimiento humano es más comprensible, más explicable, y por consiguiente, más predecible de lo que en realidad es.

Un jardinero puede predecir un hecho mejor que un científico, pero no creen que lo entienden mejor que ellos. Simplemente los hechos son así, porque se repiten. El científico necesita explicaciones y explicaciones de explicaciones y, en ocasiones, no son tan necesarias.

Los seres humanos necesitamos la categorización, pero ésta se hace patológica cuando se entiende que la categoría es definitiva, impidiendo así que los individuos consideren las borrosas fronteras de la misma, y no digamos que puedan revisar sus categorías. Año tras año deberíamos rever eso, y para qué sirven. Y por qué necesitamos que los que recién empiezan a formarse las memoricen como una regla sagrada.

El hecho de categorizar siempre produce una reducción de la auténtica complejidad. Es tratar de simplificar lo complejo. Así es como creemos que hay un sistema que nos sostiene y terminamos pensando que es lo único a estudiar. Y nos olvidamos de relacionarlo con el objetivo del sostén, que es el poder descargar el peso para moverse.

Nos encanta leer artículos científicos de revistas indexadas. Nos llenamos de datos, tomamos notas, los mezclamos y sale una rica ensalada de novedades con las que vamos a sorprender al auditorio. En este mundo, hay que sospechar siempre del conocimiento derivado de los datos.

Lo que vemos no es necesariamente todo lo que existe. Evidentemente al cuerpo cuando se mueve, le pasa algo. Y mucho de las cosas que le pasan no las vemos.

Reaccionamos ante una información no por su lógica impecable, sino basándonos en la estructura que la rodea, y en cómo se inscribe dentro de nuestro sistema social y emocional. La estructura científica y la evidencia sesgan mucha información, como si la lógica no pudiera ser básica y racional para el progreso de la sociedad.

Elaborar una regla general a partir de los hechos observados lleva a la confusión. Contrariamente a lo que se suele pensar, nuestro bagaje de conocimientos no aumenta a partir de una serie de observaciones confirmatorias. Incluso los errores, nos permiten afirmar o confirmar conjeturas. Nunca hay que hacer reglas generales de hechos, de fenómenos biológicos como el movimiento humano, sólo estar capacitado para ver cada movimiento como es. Y eso nos sirve para entender el mecanismo de una lesión, por ejemplo, o cómo entrenar a una persona para lograr disminuir el porcentaje de posibles lesiones.

Pero sigue siendo válido que sabemos dónde está el error con mucha mayor confianza de la que tenemos sobre dónde está lo acertado. Igual se supone que actuamos con total certeza de lo que hacemos. Todo lo que sucede es información. No todas las informaciones tienen la misma importancia.

Se necesita un esfuerzo considerable para ver los hechos y recordarlos (toda esa información) al tiempo que se suspende el juicio y se huye de las explicaciones. Necesitamos reducir la dimensión de las cosas para que nos puedan caber en la cabeza. Cuanto más se resume, más orden se pone y menor es lo aleatorio. Pero lo imprevisto sigue existiendo y hay que preparar el cuerpo para responder.

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